miércoles, 26 de octubre de 2011

Una tarde en Mirandilla






UNA TARDE EN MIRANDILLA
Juan Rodríguez Pastor

En la mañana del lunes 24 de octubre de 2011 llovió abundantemente; pero, por la tarde, cuando llegamos a Mirandilla, el sol luchaba por asomarse entre las nubes.

La Casa de la Cultura de Mirandilla nos sorprendió, no ya por el edificio, que es bonito, sino sobre todo por la animación que a lo largo de la tarde pudimos percibir: mujeres haciendo gimnasia, clases de guitarra… Delante de la Casa de la Cultura, un pequeño parque estaba lleno de niños y jóvenes…

Cuando entramos, tuvimos otra agradable sorpresa. Rosa, la bibliotecaria, está casada con nuestro amigo Valentín, con quien compartimos un año en Mérida va ya para treinta años. Su hijo mayor, Juan Francisco, me preguntó si podía acompañarnos y allí estuvo, junto a una docena de mujeres.

Este lunes, además, se celebraba el Día Internacional de las Bibliotecas. La de Mirandilla fue un hermoso lugar para celebrarlo.

Nada más empezar, Ramona me explicó por qué les llaman “belloteros” a los de Mirandilla; y es que, en los años del hambre, era habitual salir a buscar bellotas, para comer. Yo les conté cómo hacía mi suegro en aquellos tiempos las “migas con bellotas”, un plato que es todo un himno a la necesidad.

Lo que me sorprende es cómo, en cada uno de los pueblos donde nos llevan nuestros Caminos de Tinta y Papel, siempre hallamos algo nuevo: un acertijo, un refrán, una costumbre, una historia… En Mirandilla aprendí, por ejemplo, una palabra que nunca había oído antes: “cibranto”, una especie de bancal, con cierta pendiente.

Ramona nos contó algunos dictados tópicos, y Carmen algunas rimas infantiles. Manuela nos contó el cuento de la buena pipita, y Rosa nos canturreó el “Pin pin salamacatín”. Encarna nos dijo un acertijo picaresco, y Ramona nos cantó una nana. Juan Francisco nos dijo un trabalenguas…

Claudia y Ramona nos contaron dos versiones semejantes, pero distintas, del cuento “Grullas veo”. En la versión de Claudia el protagonista era un hombre que tenía sarna; en el de Ramona, eran tres mozas que querían enseñar sus regalos. ¡Qué ejemplo tan precioso de los caminos que recorren estos materiales de la tradición oral!

Ramona también le enseñó a Juan Francisco a jugar al “Puño, puñete”. Y Rosa nos puso un acertijo matemático, que no supimos solucionar; el de un pastor a quien le gustaría ser pastor de veinte ovejas, pero que, al no tener tantas, dice:
–Con estas que tengo, otras tantas y la mitad, es cuando sería pastor de las veinte ovejas.

Rosa nos dijo la solución, pero nosotros la dejaremos ahora en el aire, a ver si alguien quiere echar cuentas.

Al final, Carmen nos contó la historia de una prima suya, que vivía en un chozo, en Arroyo de San Serván. Tenía un niño pequeño al que daba de mamar, pero una culebra se estuvo aprovechando de la situación hasta que el médico se dio cuenta de lo que ocurría, al ver la lengua del niño llena de escamas. Entonces estuvieron atentos y mataron a la culebra.

Para la mayoría de las asistentes, esto no deja de ser otra historia de la tradición oral; pero, para Carmen, es un hecho verdadero.

Cuando salimos de la Casa de la Cultura, una veintena de mujeres hacía gimnasia en otra sala, y la puerta estaba llena de gente joven. Es así como una Casa de Cultura se convierte en un hermoso lugar.

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